Amaneció oscura la noche,
con sus estrellas iluminadas,
en el cielo oscurecido,
como el pelo de aquella mujer.
La Luna sonreía feliz
sobre el claro ondear
de las suaves olas que llegaban
espumosas a orilla del mar.
Al fondo, en el océano,
rugía temeroso un gran buque
ya cercano a puerto
alejado de cualquier duque.
El aroma que llegaba,
a peces muertos olía,
de los pequeños botes pesqueros,
el nauseabundo olor provenía
el agua salada lanzaba
fuertes vientos a la chasca
que mantenía aquellos muchachos,
ardientes de pasión.
Sus bocas humeantes
luchaban fríamente,
enzarzadas en una batalla sin fin,
sin vencedores ni vencidos,
tan solo lenguas por sables
y saliva por pólvora,
y manos que calientan
los fríos cuerpos sin demora.
Y la Luna en el cielo celosa
en el día se ausenta,
dejando al Sol brillar,
escondiendo las demás estrellas
en el cielo despierto,
reflejando en el tranquilo mar
las siluetas de los barcos
que hondean en alta mar.
Los jóvenes sudorosos
agarrados de las manos,
en la arena solo brasas
y troncos quemados.
El foco del puerto yace ya apagado,
y los cuerpos desnudos dormidos y ahogados.
By: Jesús M. Leva
By: Jesús M. Leva