16 de marzo de 2014

Angustia de un escritor

La luz atenuada de la vela fundida sobre el escritorio, tintineaba sobre la hoja en blanco y la pluma mojada en tinta negra, como los ojos del escritor.
Su mente, también ennegrecida por los años, funcionaba a una velocidad dolorosa. Pensaba en mil cosas a la vez, y cientos de problemas. Pero su diestra mano no sabía correr la tinta sobre el folio envejecido.

La carta que debe escribir no quiere escribirla. Eran pocas sus riquezas y muchas personas entre las que dividirlas. 

El cuarto en el que vivía decadentemente, no era más que una cueva sin valor. El dinero que escaseaba en un mínimo cajón de un banco endeudado. El vehículo destartalado que a veces funcionaba, le permitía llegar al pueblo a duras penas. Lo único que le quedaba para dejar a aquellas personas que abandonaba son, su sabiduría, sus lágrimas y sus pobres alegrías.

Empezó a escribir  su carta con mano temblorosa, anunciando su nombre:

-Yo Inrack Mc Gonajal, dejo a mis allegados un simple consejo. Andar vuestro propio camino, luchar por vuestras propias creencias, y nunca dejéis que nadie os robe vuestro orgullo.

Y decidió terminar así con su angustia destructora.
Sus finos ojos se marchitaron y sus dulces lágrimas afloraron sobre la carta.
Se levanto de la silla, apagó la vela, y salió de la casa.

La lluvia empapo en segundo su muerto pelaje y las vestiduras que llevaba puestas, cogió un fuerte y profunda bocanada de aire y volvió a entrar en su humilde hogar.

Las lágrimas de sus ojos, dieron paso a una alargada y amarillenta sonrisa. Se recostó en la cama, mojando las sabanas y pereció en la nocturna noche, mirando el techo ennegrecido y deformado por la suciedad del ambiente.


By: Jesús M. Leva

4 de marzo de 2014

Historia de Ultratumba

Un día oscuro, golpeaban fuertemente las ventanas con violencia, el aire y la lluvia. Silbaba el estremecedor sonido del viento a través de las tuberías, tras las húmedas paredes.

Cada paso que doy, en esta sombría cabaña, hace chirriar de forma aterradora las maderas de los suelos. La pesada puerta, cerrada a cal y canto, retumba fuertemente, empujada por el aullador aire.

Empiezan a sonar truenos, cada vez más fuertes, cada vez más cercanos.

Un relámpago cae cerca de la posada. La luz se desvaneció envolviéndome en una colérica oscuridad, dejándome aislado en el centro de la sala.

A ciegas busco los muebles con las manos, tropezando torpemente contra todo cuanto hay en la estancia.

Las ventanas forman en el suelo imágenes inhumanas, los relámpagos que caen cada vez más seguidos, me dejan segundos de visión. La habitación cada vez resulta más claustrofóbica.

El sonido del exterior resulta cada vez más aterrador. De repente estalla en mil pedazos la ventana, tras de mí.

El aire cortante impulsado con los cristales, hiela cada zona de mi cochambrosa piel. Las figuras proyectadas en el habitáculo acrecientan su tamaño y sus movimientos.

Con pánico, intento alcanzar el pomo de la puerta, que ahora parece haberse alejado enormemente. Mi mano alargada, tanto como mi cuerpo permite, consigue aferrarse al tirador de la puerta.

Abro con lentitud, pero el aire empuja fuertemente desde afuera, abriendo la puerta bruscamente, golpeando mi cuerpo, que sin estar preparado, cayó al suelo con un sonido seco y sordo.

La puerta, sin embargo, sonó cual portazo, partiendo la madera del marco y desplomándose tras mis pies. Retrocedo como los cangrejos, asustado.

Como pude me levanté y corrí, corrí por encima de la puerta y salí de la vivienda, adentrándome en el espeso bosque que rodeaba la choza.

El viento me perseguía como mil animales, mis pies van crujiendo, en la persecución, las raíces que asoman de los arboles que encuentro en mi huída. Y las ramas secas, que se unen al sonido del viento, dan ese sonido a hueso roto.

Las figuras que antes se depositaban en el salón, ahora me persiguen por el bosque, atravesando los altos arboles como si no existieran. La lluvia que empapa mis ropas y mi cuerpo, ralentizando mis pasos, me arrastran los pies y me los hunde en un barro que forma riachuelos.

Los rayos van partiendo grandes y duros troncos a mi paso, con gran maestría y facilidad.

Tropiezo nuevamente con las duras raíces de los arboles, cayendo duramente contra en suelo, golpeando mi endeble cabeza contra una gran piedra. Y mi consciencia se desvanece al instante, ahogándome en el barro que sobre cubre mi cuerpo.



By: Jesús M. Leva