16 de marzo de 2014

Angustia de un escritor

La luz atenuada de la vela fundida sobre el escritorio, tintineaba sobre la hoja en blanco y la pluma mojada en tinta negra, como los ojos del escritor.
Su mente, también ennegrecida por los años, funcionaba a una velocidad dolorosa. Pensaba en mil cosas a la vez, y cientos de problemas. Pero su diestra mano no sabía correr la tinta sobre el folio envejecido.

La carta que debe escribir no quiere escribirla. Eran pocas sus riquezas y muchas personas entre las que dividirlas. 

El cuarto en el que vivía decadentemente, no era más que una cueva sin valor. El dinero que escaseaba en un mínimo cajón de un banco endeudado. El vehículo destartalado que a veces funcionaba, le permitía llegar al pueblo a duras penas. Lo único que le quedaba para dejar a aquellas personas que abandonaba son, su sabiduría, sus lágrimas y sus pobres alegrías.

Empezó a escribir  su carta con mano temblorosa, anunciando su nombre:

-Yo Inrack Mc Gonajal, dejo a mis allegados un simple consejo. Andar vuestro propio camino, luchar por vuestras propias creencias, y nunca dejéis que nadie os robe vuestro orgullo.

Y decidió terminar así con su angustia destructora.
Sus finos ojos se marchitaron y sus dulces lágrimas afloraron sobre la carta.
Se levanto de la silla, apagó la vela, y salió de la casa.

La lluvia empapo en segundo su muerto pelaje y las vestiduras que llevaba puestas, cogió un fuerte y profunda bocanada de aire y volvió a entrar en su humilde hogar.

Las lágrimas de sus ojos, dieron paso a una alargada y amarillenta sonrisa. Se recostó en la cama, mojando las sabanas y pereció en la nocturna noche, mirando el techo ennegrecido y deformado por la suciedad del ambiente.


By: Jesús M. Leva

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