21 de enero de 2012

Los Justicieros del Club de la Lucha

Pasaban las horas de mi reloj, a gran velocidad, la carretera cada vez era más larga y no podía pisar más el pedal del acelerador. Llevaba un par de calles tras aquel coche, un mustang rojo del año 60, tenía un pequeño bollo en el morro, por el lado derecho, la chapa estaba un tanto oxidada del viaje por el mar, y por las ventanillas una metralleta escupía balas a una velocidad de vértigo.

En el asiento del piloto se encontraba un viejo conocido mío, tras años de amistad acababa de secuestrar a una persona muy importante para mí, él sabía que yo la amaba y que no le dejaría hacerla daño, el también fue hace tiempo parte de mi equipo, mi mano derecha en esta guerra tan injusta. Sabía que tenía asuntos de los que prefería encargarme yo personalmente y en solitario, y era lo que él quería. Necesitaba alejarme de aquellas personas que darían su vida por su jefe, yo les di cobijo cuando nadie más se lo quería dar, les di la familia que les echó de casa, les di unas ideas por las que luchar y les regale mi sueño.

A él también le había tratado de la misma manera, pero compartíamos sueños distintos, mi lucha era solo para conseguir un equilibrio en el mundo, el simplemente quería acabar con la humanidad, no sé cómo ni por qué, él consiguió que le siguiera, quizá era por qué, por más que quisiera, no podía desprenderme de él. No sé por qué no podía pararle, y por qué él había secuestrado a mi amada. Quizá creyó que ella me estaba ablandando, que ya no pensaba fríamente y que por ella tenía miedo a volver de nuevo a la cárcel.

No era por ella por la qué no quería volver a la cárcel, a nadie le gusta ese sitio, sin embargo yo soy un tanto masoquista y aquel lugar me encantaba, siempre que asesinaba a alguien dejaba mi marca en la escena del crimen, escondida entre las tripas del muerto, de forma que no fuera del todo fácil encontrarlas pero que no fuera complicado, a él le encantaba ese juego. Ellos ya sabían quién era yo, pero no podía dejar que supieran quien era él. En la cárcel siempre fui acusado como asesino y 2º al mando de la organización “Los Justicieros del Club de la Lucha” JCL, sabían que yo era “Perro viejo ensangrentado” con una organización entera bajo mi mando, y que “Inrack” era el cabecilla de todo eso, pero no podía dejar que le encontraran, sin embargo a él, más sádico que yo, le daba morbo poder jugar con la policía y le molestaba que no le dejara ponerse al descubierto.

Inrack Mc Gonajal, hijo del demonio y de dios, expulsado del mismísimo infierno y condenado a una vida en el mundo de los mortales, él disfrutaba viendo como los mortales podían morir, y ya hacía tiempo que formo su ejército para reclamar lo que es suyo, el infierno y el cielo le correspondían, él era dueño de la equipotencialidad del universo y eso le encantaba, sin embargo, para reclamarlo debía matar a su padre y a su madre, y para ello necesitaba un ejército, lo formo en vida, y cada vez que uno moría, él se hacía más y más fuerte y se acercaba cada vez más a su destino.

Yo Perro viejo ensangrentado, le temía y a la vez le respetaba, era su mano izquierda, y tenía asegurado ese puesto en el inframundo, yo también podría jugar con la vida de los mortales, y conseguir mi inmortalidad, cada vez que Inrack se hacía más fuerte, yo también me fortalecía.

[•••]

Estábamos llegando a un lugar solitario, rodeado por un inmenso lago y por un frondoso bosque, a una pequeña cabaña con el nombre “JCL” encima de la puerta. La cabaña era de madera antigua, agrietada por los años y un tanto podrida por la humedad, estaba mirando hacia el lago y en su interior un comedor grande predecía la casa, a la derecha un amplio horno natural y una pequeña chimenea, a la izquierda una pobre cama con un colchón putrefacto, bajo la cama una trampilla escondía un largo pasadizo que conectaba con diversos laboratorios, en estos laboratorios, todo tipo de explosivos plásticos, armas, y mesas de tortura.

Paró el vehículo frente a la puerta, salió del coche y agarro de forma bruta a la mujer, la empujo hasta la puerta, abrió la puerta difícilmente, empujándola con todo el cuerpo, entraron en el comedor y la sentó en una silla, se sentó mirándola, y yo también la miraba, intentaba controlar a Inrack, pero ambos sabíamos que me sería imposible conseguirlo.

Sacó un cuchillo del cajón de la mesa, y la rebanó el cuello con firmeza y sin dolor, yo estupefacto, la miraba con grandísimo horror, pero el rápidamente quería deshacerse del cuerpo, se levanto y la arrastro hasta afuera, se metió al lago y la enterró bajo el agua, yo le acompañaba en su desempeño y con miedo intentaba paralizar su cuerpo, pero desde que entre en la cárcel, ya no era yo el que controlaba a Inrack, era él el que me controlaba a mí, así que desistí y dejé que lo hiciera. Volvimos a montarnos en el coche e Inrack dentro de mí me obligo a alejarnos de allí.

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