21 de marzo de 2012

Secuestro

Era un día muy nublado, estaba ya a punto de desplomarme del cansancio, no podía imaginar cuanto tiempo llevaba ya caminando, hacía horas que escape de aquel infierno, pero ahora no sabía a dónde ir, no sabía dónde estaba.

Recuerdo que hace más o menos, medio año, fui secuestrado por unos hombres, creo que no los conozco del todo, sus intenciones no eran las de conseguir dinero con aquello, puesto sabían que no tenía gran cosa. Ellos querían utilizarme, por lo visto, aunque yo no los conocía, ellos, sin embargo, a mí sí. Resulta que eran unos amigos, de un compañero que tuve hace años, sabían que yo tenía problemas con la sociedad, y que no sería complicado hacer de mí un sicario, pero se les olvido un detalle, a mí, las cosas se me piden por favor.

Resulta que el mismo día que me secuestraron, estaba echando una partida, con unos chavales, de rol, sobre zombis. Cuando empezó a oscurecer, me aleje del grupo, porque no podía oír una parte de la partida. En ese momento cinco chicos se me acercaron, y me pusieron una bosa en la cabeza, yo intenté forcejear con ellos, pero con la bolsa negra en la cabeza, y la oscuridad de la noche se me hizo imposible ver donde estaban. Me dieron un fuerte golpe en la cabeza, y caí redondo al suelo.

Desperté instantes después en un vehículo, que circulaba por lo que parecía una autopista, y de repente pegaron un frenado, que hizo me golpeara de nuevo en la cabeza contra el reposacabezas del piloto. Un rato después estaba amarrado a una silla en lo que parecía el comedor de una cabaña, la típica cabaña de madera, que se puede encontrar en el bosque. Tenía una chimenea en un lateral, la puerta era estrecha y bajita, y no tenía más que una pequeña ventana al otro lado. La iluminación de la sala, era cuanto menos tenebrosa, ya que se iluminaba toda la instancia con una sola bombilla en lo alto de la habitación, y la pobre bombilla mugrienta, parpadeaba pidiendo auxilio, y limpieza.

A mi lado había un sofá antiguo y ruinoso, con el espumón asomando por las hendiduras de las telas que cubrían los almohadones. A mi alrededor, paseaban inquietos dos hombre altos y fornidos, gruñones, con los ojos entre cerrados y las cejas enarcadas, no paraban de gritar, y escupir diversas palabras en contra de alguien cuyo nombre era desconocido para mí. Rápidamente desperté la atención de ambos, cuando musite un leve sonido.

Ellos rápidamente se alertaron de mi presencia, parecía que llevaban tiempo esperando mi despertar. Rápidamente se me acercaron, y me pusieron las manos en los hombros, me reclinaron hacia atrás y me ataron a una cuerda que colgaba del techo. Uno de los extremos estaba atado a la espalda de la silla, y el otro extremo lo sujetaba uno de los corpulentos muchachos.

Me empezaron a gritar, necesitaban que hiciera un ataque suicida, aunque no me lo vendieron de ese modo claro está. Me dijeron que debía conducirlos hasta la casa real, penetrar en ella y colocar unas bombas en las zonas selectas para el estallido de la estancia, como consecuencia de no aceptar su mandato, o de relevarme una vez empezado este, no solo me matarían a mí, sino que torturarían hasta que murieran todos aquellos que algún día significo algo para mí.

El que no estaba sujetando la cuerda, se acerco detrás de mí y abrió una trampilla que me dejaba suspendido por la cuerda sobre un extenso pozo de agua, en el que fui sumergido varias veces hasta que consiguieron que aceptara sus condiciones.

Acepte a regañadientes, y a punto de morir ahogado, no estaba decidido a realizar la tarea que se me acababa de encomendar, pero antes de demostrar mi descontento, debía proteger a aquellas personas que significan mi vida para mí.

Me levantaron, me depositaron en el suelo, desataron la cuerda de la silla. Si mal no recordaba una de las veces que me sumergieron en el pozo, vi en una de las paredes una especie de pasadizo cerrado por un portón de metal, no savia si iba a salir bien, pero quise jugármela, tras desatarme la cuerda de la silla, me lance por la trampilla, caí al pozo, aun amarrado a la silla, cuando caí al fondo encontré un montón de trozos de metal rotos que use para cortar las cuerdas que me unían a la silla.

Cuando me solté de la silla, empecé a nadar hasta la superficie del pozo, en cuanto salí a la superficie, pegue una bocanada enorme de aire, y a punto de ahogarme, recobre fuerzas. Me volví a hundir en el agua en busca del pasadizo que vi anteriormente y cuando lo encontré empecé a forcejear con la puerta de metal, cuando conseguí abrirla, la corriente de agua me arrastro a su interior y me lanzo como un torpedo por aquel desagüe sucio y lleno de moho.

Al final de este se encontraba una rejilla que iba a parar en una caída libre hacia un río, pare mi largo camino, con los pies sobre los laterales de las rejillas y me puse a abrirlas, cuando lo conseguí empecé a sopesar la forma más rentable y lucida de escapar de aquel lugar. La caída era de al menos 4 pisos de altura, y hacia arriba no podía ir porque no existía forma lógica, el río tenía una profundidad aproximada de 6 o 7 metros pero el ancho del cauce era cuanto menos el arcén de una carretera.

Decidí lanzarme al vacio, intentando acertar en el interior del río. Me lance en horizontal con las manos y los pies abiertos, con la camisa rajada por el centro intentando hacer de paracaídas, rebusque en los bolsillos y tenía unas cuantas monedas, cuando estaba a punto de tocar el agua, lancé las monedas para que removieran el agua y mi encuentro con ella no fuera tan violento, caí en el interior del río, provocando un pequeño remolino que me arrastro hasta el fondo del mismo.

Cuando conseguí nadar salí a la superficie, y observe el lugar en el que me encontraba. Era un bosque bastante frondoso, cuyos arboles llegaban a desaparecer en la niebla. A lo lejos se podía identificar los gritos de aquellos dos hombres que me habían tenido retenido en la cabaña, y a unos cuantos perros ladrando furiosamente, me acerque a la orilla del rio, y salí corriendo.


By: Jesús M. Leva

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